En nuestros días somos testigos de la necesidad de dar a otros que menos tienen para salir adelante en sus requerimientos de vida. Pero es conveniente clarificar por qué damos, cómo damos y qué damos.
La convocatoria sistemática de algunas televisoras y de ciertas instituciones se ve favorecida con la respuesta, en muchos casos, generosa de la Sociedad. Qué bueno que todavía tenemos la capacidad de dar. Hay quien lo hace por motivos sentimentales, hay quien por convicciones morales y quienes por fabricar o cuidar una imagen.
Lo importante de dar es la razón de fondo, que en ocasiones no se tiene bien ubicada. El hombre da porque es un ser social solidario. Nunca, un hombre formado en los sanos valores y la verdadera esencia de su ser como persona, ha permanecido indiferente ante el sufrimiento, la necesidad y el dolor de los demás.
Desde la óptica cristiana, el hombre se percibe a sí mismo como embajador de su Creador, imagen y semejanza de Dios. Y, si la esencia de Dios es el Amor, entonces, el hombre está llamado a vivir ese amor de donación total a favor de todas las creaturas, especialmente de sus semejantes. Incluso, Cristo nos ha revelado como todos los hombres somos hermanos y, bautizados, conformamos su Cuerpo. Por ello, si un miembro del Cuerpo sufre, todo el Cuerpo sufre, si un miembro del Cuerpo necesita algo, todo el Cuerpo experimenta esa necesidad (cfr. 1Co 12, 12-30).
¿Por qué damos? Porque somos un solo Cuerpo. Todos nos necesitamos y todos estamos llamados a ser la gran Familia de Dios.
¿Cómo damos? El cómo ofrecemos nuestra ayuda o nuestro aporte a los demás es preciso ubicarlo porque la enseñanza cristiana nos exhorta a dar “con alegría”, porque lo que se da al hermano se le da a Dios y Dios lo retribuirá con generosidad.
La actitud que tengo al dar algo es esencial porque quien da de mala gana no se inserta adecuadamente en la dinámica del Señor. Dar de mala gana o a la fuerza no permite recibir la bendición de Dios. Dar por compromiso tampoco me ayuda a recibir generosamente lo que Él quiere otorgarme. Sólo el que da de corazón y desinteresadamente puede experimentar la Providencia misericordiosa de Dios, que no se deja ganar en generosidad y recompensa al ciento por uno.
Estamos llamados a dar a los hermanos que han sufrido desgracias y están ahí como una oportunidad que Dios nos presenta para abrir el corazón y compartir.
¿Qué damos? Damos no lo que nos sobra sino lo que tenemos para vivir, como aquella pobre viuda que echó las dos moneditas de escaso valor en la alcancía del templo. Dijo Jesús que ella echó más que todos porque dio todo lo que tenía para vivir y no lo que le sobraba. Cuando demos es conveniente ponernos en el lugar del otro y así definir qué podríamos esperar de quien nos da algo. Compartir de lo que tenemos para nosotros, eso es lo que hemos de dar.
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